jueves, 25 de marzo de 2010

El niño yuntero (Miguel Hernández)


Carne de yugo, ha nacido

más humillado que bello,

con el cuello perseguido

por el yugo para el cuello.


Nace, como la herramienta,

a los golpes destinado,

de una tierra descontenta

y un insatisfecho arado.


Entre estiércol puro y vivo

de vacas, trae a la vida

un alma color de olivo

vieja ya y encallecida.


Empieza a vivir, y empieza

a morir de punta a punta

levantando la corteza

de su madre con la yunta.


Empieza a sentir, y siente

la vida como una guerra

y a dar fatigosamente

en los huesos de la tierra.


Contar sus años no sabe,

y ya sabe que el sudor

es una corona grave

de sal para el labrador.


Trabaja, y mientras trabaja

masculinamente serio,

se unge de lluvia y se alhaja

de carne de cementerio.


A fuerza de golpes, fuerte,

y a fuerza de sol, bruñido,

con una ambición de muerte

despedaza un pan reñido.


Cada nuevo día es

más raíz, menos criatura,

que escucha bajo sus pies

la voz de la sepultura.


Y como raíz se hunde

en la tierra lentamente

para que la tierra inunde

de paz y panes su frente.


Me duele este niño hambriento

como una grandiosa espina,

y su vivir ceniciento

resuelve mi alma de encina.


Lo veo arar los rastrojos,

y devorar un mendrugo,

y declarar con los ojos

que por qué es carne de yugo.


Me da su arado en el pecho,

y su vida en la garganta,

y sufro viendo el barbecho

tan grande bajo su planta.


¿Quién salvará a este chiquillo

menor que un grano de avena?

¿De dónde saldrá el martillo

verdugo de esta cadena?


Que salga del corazón

de los hombres jornaleros,

que antes de ser hombres son

y han sido niños yunteros.

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